El cazón, la última pesquería comercial de tiburón en Yucatán

Pescadores de San Felipe, Río Lagartos, El Cuyo y Celestún recuerdan el auge de la pesca de tiburón en la entidad, una práctica que en la actualidad consideran poco redituable a falta de compradores.
Por Itzel Chan/Causa Natura Media
Mérida, Yucatán, 18 de julio de 2025.-El mar fue durante décadas el escenario de una pesca intensiva de tiburón en comunidades costeras de San Felipe, Río Lagartos, El Cuyo y Celestún, Yucatán. Pero hoy solo se captura cazón, una especie relegada de ser la principal entrada económica de los pescadores.
Una de las cooperativas que ejemplifica este abandono es “Manuel Cepeda Peraza” en Río Lagartos. Aunque cuenta con permisos para la pesca de tiburón desde hace más de cuatro décadas, hace 20 años decidió cesar la pesca del escualo.
“Había grandes barcos que se dedicaban a eso, pero llegó un momento en el que todo se acabó. En la actualidad no hay nadie de este lado que pesque tiburón aunque los permisos sí los seguimos teniendo, sobre todo, porque hay meses en los que logramos pescar cazón, pero tampoco es redituable ya”, compartió Rommel Alcocer Díaz, pescador integrante de dicha cooperativa.

Durante años los pescadores utilizaron palangres de fondo, un arte de pesca artesanal que consiste en el uso de cordeles largos y gruesos para la captura de tiburón.
Esa relación respetuosa con el mar les valió el premio estatal “Cooperativa ejemplar” en 2024, un reconocimiento a las prácticas de pesca a baja escala que mantienen vivas las tradiciones sin poner en riesgo los ecosistemas.
Rommel Alcocer compartió que dedicarse a la pesca de tiburón es una pérdida de tiempo y dinero porque capturar un ejemplar de gran tamaño requiere esfuerzo físico, mientras que su carne se vende poco y el kilo apenas lo compran a 20 pesos en los establecimientos locales, cuando la misma cantidad de carne de mero alcanza hasta los 200 pesos el kilogramo.
“Sólo compran unos cuantos restaurantes de la zona y no vale la pena todo lo que se gasta en gasolina, en esfuerzo, en tiempo”, agregó Josué Canul Reyes, pescador en Celestún.
El pescador de este puerto, confirmó que a su padre y abuelo les tocó pescar, en una salida, hasta una tonelada de tiburones hace más de 25 años. La presión que tuvo esta pesquería en aquella temporada, llevó a que los grandes tiburones comenzaran a escasear.
“En su momento se dejó de pescar porque ya de plano no había tiburones. Ahora ya hay nuevamente población, sí los vemos seguido cuando vamos a pescar, pero ya no los agarramos porque no hay quien compre su carne”, expuso Josué Canul.
Esta situación se replica en otras cooperativas del oriente yucateco. En San Felipe, la organización Pescadores Unidos de San Felipe, una de las más antiguas y grandes de la región, agrupa a 142 socios y 94 embarcaciones.
Si bien llegaron a tener 57 permisos oficiales para pesca de tiburón, hoy concentran sus esfuerzos en especies más rentables como langosta y pulpo.
“Justamente se dejó de pescar porque efectivamente se acabó el tiburón. Nos lo acabamos. Se capturó tanto que la biomasa escaseó. A lo mucho los restauranteros compran para vender pan de cazón, pero ya la pesca no es lo mismo”, dijo Félix Dzib, integrante de la agrupación.
Comercio de aletas, un reto para el gobierno
Los pescadores de El Cuyo, al este de Yucatán, han optado por una gestión más integral de sus recursos. Desde el 2019 colaboran con la organización WildAid y lograron el establecimiento de un refugio pesquero.

Su propuesta abarca más de 300 kilómetros cuadrados y contempla hábitats críticos para especies como la “tintorera”, nombre común del tiburón azul (Prionace glauca).
La Comisión Nacional de Pesca (Conapesca) establece sólo dos vedas para las especies de escualos, del 15 de mayo al 15 de junio y del 1 al 29 de agosto para Tabasco, Yucatán y Campeche.
Esto se traduce en 10 meses al año de libre captura del escualo. Un requisito añadido es la prohibición del aleteo (cada tiburón capturado debe llegar con sus aletas adheridas).
Sin embargo, Alfonso Aguilar Perera, investigador de la Universidad Autónoma de Yucatán (UADY), advirtió que la demanda de aleta sigue presente y representa un reto para las autoridades del país.
“La pesca de tiburón continúa porque hay alta demanda de aletas. Es un secreto a voces que el mercado asiático es ávido consumidor de aleta de tiburón y México proveedor. Se requiere más investigación científica para validar procedencias y mercados”, detalló.
Shark Stewards trabaja para eliminar el comercio mundial de aletas de tiburón, a través de la educación y el cambio de políticas desde Estados Unidos hasta Asia, especialmente en los principales centros de importación y consumo de Malasia, Singapur y China.
De acuerdo con investigaciones hechas por la agrupación, corroboraron que las aletas de tiburón se comercializan porque el cartílago que contiene se seca y es utilizado como ingrediente en una sopa con mariscos o caldo de pollo y hierbas. El proceso de preparación hace que este plato sea muy costoso y tan sólo por el kilogramo de aleta en China pagan hasta 1000 dólares el kilogramo.
En Yucatán, donde la captura se centra en especies pequeñas como los cazones, los pescadores están obligados a documentar la especie y el volumen, emitir avisos de arribo y llenar bitácoras. No obstante, el cumplimiento no siempre se hace efectivo por parte de las autoridades.
El marco normativo mexicano reconoce entre las especies comerciales del Golfo de México al tiburón jaquetón (Carcharhinus plumbeus), cazón bironche (Rhizoprionodon terraenovae), cazón picudo (Isogomphodon oxyrhynchus) y tiburón tigre (Galeocerdo cuvier), entre otros.
La NOM-029-PESC-2006 regula el aprovechamiento y protección de los escualos, con mayor énfasis en el tiburón blanco, peregrino, martillo y ballena.
Sin embargo, de las más de 100 especies presentes en aguas mexicanas, sólo 27 están incluidas en la Carta Nacional Pesquera 2025, lo que deja fuera a muchas otras sin medidas específicas de manejo.
A diferencia de otras regiones del país donde hay subregistro y venta encubierta de especies amenazadas, en Yucatán la pesca de tiburón es cada vez más escasa y si bien su mercado es limitado, carece de trazabilidad.
Estudios de Oceana han mostrado que muchas veces productos se comercializan bajo nombres genéricos como “cazón” o incluso “bacalao”, lo que impide conocer con certeza la especie real, su origen y su estatus de conservación.
Mientras que el término “cazón” corresponde a una especie específica, Raúl Enrique Díaz Gamboa, investigador del Departamento de Biología Marina de la Universidad UADY, explicó que en Yucatán los pescadores lo usan para referirse a cualquier tiburón pequeño, lo que diluye el control sobre qué se pesca realmente.
“Tú vas a cualquier mercado o supermercado y encuentras cazón, pero nadie te puede decir con certeza qué especie es”, apuntó Díaz Gamboa.
Uno de los aspectos más preocupantes es el descarte sistemático de tiburones grandes, sobre todo de especies reproductoras que no tienen valor comercial local.
“Hace poco estuvimos en Río Lagartos con estudiantes y encontramos un tiburón muy grande muerto en la orilla. El pescador nos dijo que lo había tirado porque no se vende. Eso es lo que pasa con los grandes, caen en los anzuelos y simplemente porque no se venden, los pescadores los desechan”, mencionó como un riesgo para diversas especies de tiburón.

En cambio, el investigador especificó que las aletas sí encuentran salida comercial: “Aunque se deseche el cuerpo, las aletas se venden. Y sí, en Yucatán también hay quien participa en ese mercado. Mientras haya alguien que compre, va a haber alguien que venda. México se encuentra entre los países que exportan aletas al mercado asiático, pero no hay datos claros sobre qué proporción proviene de Yucatán ni bajo qué condiciones se extraen”, explicó.
Para Díaz Gamboa, la trazabilidad en la pesca de tiburón simplemente no existe en el estado. Ante este panorama, el investigador considera que faltan campañas de información, vigilancia efectiva y una diferenciación clara de las especies.
“Ni siquiera la gente de la costa sabe bien qué está comprando. El consumidor en Mérida tampoco. Lo que se necesita no es solo prohibir, sino comprender cómo funciona el sistema y buscar soluciones que no dejen fuera a quienes dependen del mar”, resaltó.
El cazón tiene un vínculo cultural y alimentario
Mientras que los pescadores afirman que ya no pescan tiburón, Yassir Torres Rojas, investigador de la Universidad Autónoma de Campeche, explicó que ellos se refieren a los ‘grandes escualos’ —conocidos como jaquetones— que en efecto, son cada vez menos frecuentes, sin embargo, expuso que la captura de cazón se sostiene.
“El jaquetón prácticamente ya no se ve. Pero los cazones, que también son tiburones, están siendo muy capturados, porque al desaparecer sus depredadores naturales, sus poblaciones crecen sin control”, explicó el especialista.

El cazón es un símbolo cultural y de tradición culinaria en Yucatán. Aunque su pesca es ocasional, en ciertas temporadas forma parte del quehacer pesquero, bajo normas estrictas de manejo.
De acuerdo con el Anuario Estadístico de Acuacultura y Pesca 2023, el tiburón (sin especificar cuáles especies) y el cazón, ocupa el octavo lugar a nivel nacional en la producción pesquera en México, sin embargo, las principales entidades productoras de la especie son Baja California Sur, Sinaloa, Chiapas, Baja California, Nayarit, Tamaulipas, Sonora, Veracruz y Oaxaca.
Uno de los principales retos está en la forma en que se aplican las vedas temporales, apuntó Torres Rojas, ya que no consideran las diferencias ecológicas entre especies.
“Los tiburones, como las tortugas, tienen filopatría ecológica, es decir, regresan a donde nacieron para reproducirse. Pero no todas las especies lo hacen al mismo tiempo. Esto significa que una veda de dos meses no necesariamente protege a todos los tiburones por igual”, dijo el especialista.
Ante esta limitación, celebró que el gobierno impulse zonas de refugio pesquero, ya que estas permiten proteger hábitats específicos donde se reproduce una especie.
Además, el equipo de Torres ha desarrollado investigaciones sobre la trazabilidad de las aletas de tiburón, en especial de especies protegidas como las cornudas (Sphyrna), en riesgo según la Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestres (CITES).
“Mediante el uso de isótopos estables y microquímica, logramos identificar de qué especie y región provenía cada aleta. Pudimos diferenciar incluso entre especies protegidas y no protegidas, y entre regiones del país. Es totalmente viable implementar un sistema de trazabilidad en México”, sostuvo.
Desde la perspectiva biológica, la trazabilidad significa saber si el recurso fue capturado de manera sustentable, es decir, fuera de temporada de veda, con talla adecuada y sin afectar a especies en peligro.
Según el investigador, los cazones no están actualmente en categoría de amenaza porque tienen amplia distribución en el Golfo de México y maduran sexualmente en solo 2 ó 3 años, a diferencia de otros tiburones que tardan más de una década.

La falta de información diferenciada por especie impide a las autoridades y a los consumidores tomar decisiones informadas. Asimismo, abre la puerta a nuevas investigaciones que permitan crear estrategias de manejo pesquero adaptadas por especie y por región, lo cual sería más efectivo que las vedas generalizadas.
Torres y su equipo trabajan en estudios genéticos, de microquímica, edad, crecimiento y reproducción de tiburones. Su objetivo es proporcionar bases científicas para un manejo pesquero sustentable que permita preservar a estas especies sin sacrificar el sustento de las comunidades costeras.
“No se trata de prohibir ni de castigar, sino de tomar decisiones basadas en ciencia. Los tiburones han sobrevivido más de 300 millones de años. Sería una pena que su extinción fuera a causa de nosotros. Si hacemos una gestión sustentable, todos ganamos”, afirmó.
*Este artículo originalmente fue publicado en Causa Natura Media