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Home›Cultura›Impertinente belleza (sin exponerla al vulgo)

Impertinente belleza (sin exponerla al vulgo)

By RUIDO
agosto 5, 2021
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“Llevamos décadas haciendo esculturas públicas anodinas, feas y sin sentido. El pueblo ya se ha acostumbrado y este monumento les daría un punto de comparación con la galería de horrores urbanos que con tanto tesón hemos creado. Al menos aquí la verá poca gente, y además la pusimos mirando a la pared para que no la vean los automovilistas”, comentaron don Carlos, don Primitivo y don Orondo, quienes no entendían nada.

Por Antonio Martínez*

Mérida, Yucatán, 5 de agosto de 2021.- Este episodio regional ocurrió antes de la pandemia, en la época de la normalidad, o no. Aquella hermosa mañana en la Villa Blanca, don Carlos Castillo había acudido temprano a la cita, y llevaba diez minutos extasiado contemplando la nueva estatua, llamada Reflejos IV, que había plantado el Cabildo en la esquina de la calle, a un costado del Parque de la Paz. Atónito, don Carlos no daba crédito a tanta belleza.

La nueva escultura era definitivamente hermosa, renacentista, elegantísima, serena y dotada de una tensa energía, notó mientras una cantidad de ideas y asociaciones venían a su cabeza: Apolo y Dionisio, una instantánea del bien y del mal, el enigma del agua, el paradigma bebiendo en los ojos de la paradoja y otras tonterías por el estilo. Mientras tanto, don Primitivo y don Orondo cruzaban prestamente el Parque de la Paz, santiguándose al pasar por la Lámpara de Aladino y pidiendo un deseo de manera inconsciente.

– Pero ¿por qué tanta premura? Dios mío-, se quejó don Orondo, quien no había podido asistir a la inauguración del monumento por un ataque de gota.

– Fue una emergencia. Tuvimos que inaugurarla rápidamente y sin alharaca. Un aviso de último momento para que viniera nadie. Nada más el artista, el Alcalde, don Ulises, su servidor y dos guayaberas más.  Unas palabras sin sentido del licenciado Arjona sobre la otredad, apretón de manos, una foto para el olvido y listo. No os preocupéis, no hubo convivio ni nada.

– Entiendo, pero ¿cómo vinieron a ponerla en un lugar tan pinche?

– Por eso estamos aquí, don Ulises está muy preocupado. Mejor que la veáis con vuestros propios ojos-, contestó el escribano del Cabildo, apresurando a don Orondo a cruzar el semáforo.

– Buenos días don Carlos, ¿qué opináis?  – preguntó don Primitivo al llegar frente a la estatua.

– Bellísima, intrigante, intemporal, sublime… Insuperable, en una palabra. Una obra maestra. No alcanzan las palabras. Como si hubiera vuelto a nacer el Buonarroti-, respondió don Carlos, que había gastado la fortuna familiar en las Europas y tenía un gusto fino. – ¿Qué hace aquí? ¿Y por qué le han puesto una base tan méndiga?

– Precisamente, le vengo explicando a don Orondo… Fue un regalo, tuvimos que actuar rápido y don Ulises pensó que este era el lugar más inapropiado y mezquino.

– Y ¿por qué no la rechazaron? Si es un regalo…- preguntó don Orondo que aún no había recuperado el aliento de la caminata.

– Imposible, es obra de Artista Famoso. Y en Villa Murallas ya tienen varias. No podíamos negarnos.

– Es una lástima, luciría sensacional frente a la entrada del Centenario…, incluso en la Plaza Grande- se lamentó don Carlos.

– ¿Estáis loco? ¿Y exponer al vulgo a semejante belleza? ¿Pero no ven vuestras mercedes el peligro que supondría ponerla donde todos los villanos pudieran verla? Peor aún, ¿contemplarla? – dijo iracundo don Primitivo. -Imaginad el perjuicio. La exposición del pueblo llano a la belleza no trae más que revuelta y desconcierto.

– Nada más recordad el arte del periodo socialista- coincidió don Orondo sintiendo un repelús.

– Por eso llevamos décadas haciendo esculturas públicas anodinas, feas y sin sentido. El pueblo ya se ha acostumbrado y este monumento les daría un punto de comparación con la galería de horrores urbanos que con tanto tesón hemos creado. Al menos aquí la verá poca gente, y además la pusimos mirando a la pared para que no la vean los automovilistas. No sé si sea suficiente…

– ¿Y su merced que opina, don Orondo? – dijo don Carlos para interrumpir la diatriba.

– Tengo hambre.

– De la estatua…

– Tiene un algo como gay-, propuso tentativamente el valeroso cronista, que de eso sabía un poco.

– Exactamente-, intervino don Primitivo, que no sabía nada, – y no solo eso, ved el tema, las Dos Caras. El escultor nos está llamando hipócritas y al mismo tiempo incitando a la homosexualidad esa. Justo ahora que conseguimos el nombramiento de Capital Mundial del Turismo Homofóbico.

– Es muy inquietante el efecto que provoca-, musitó don Orondo, que se había quedado como hipnotizado, -parece que le estuviera preguntando algo a quien la mira. Algo de lo que uno teme la respuesta…

– ¿Lo veis? Un desastre, lo que nos faltaba es que la gente comience a hacerse preguntas, con lo bien atolondrados que los tenemos….

– Acerca del hambre-, intervino don Carlos, pasando con elegancia del modo estético al modo pragmático, – ¿dónde piensan comer sus mercedes?

– Donde sea, menos en mi casa, los jueves mi mujer hace Niños Envueltos-, dijo don Primi con un escalofrío que se contagió a los otros.

– En la Tercera Orden doña Teresita iba a hacer Brazo de Reina por el gremio-, propuso don Orondo, quien, como cronista de la Villa, vivía de comer gratis y era de buen paladar y amplio buche.

– Excelente-, concurrieron los otros, ya olvidado el asunto de la estatua, y echaron a andar hacia el centro guiados por la brújula de sus entrenados apetitos. Atrás quedaba la nueva estatua, un enigma en medio de la locura de la Villa Blanca, como un inesperado relámpago de belleza.

*Escritor de provincias.

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